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jueves, 14 de abril de 2011

GALERIA DE IRREDENTOS FRANCISCO GARCÍA ESCALERO "EL MENDIGO ASESINO"



VIDAS NO EJEMPLARES

FRANCISCO GARCÍA ESCALERO "EL MENDIGO ASESINO"

 


La mañana del 22 de diciembre de 1993, el abogado Ramón Carrero entró en la enfermería de la cárcel de Carabanchel. Le esperaban un psiquiatra, dos inspectores del Grupo de Homicidios y un transcriptor. Junto a ellos, un vagabundo: su cliente. Un hombre en pijama, con un montón de tatuajes  y barba rala. Carrero había recibido una llamada del Colegio de Abogados la noche anterior, en su turno de oficio. Sabía que tenía un caso que defender, pero no se imaginaba que su hombre era uno de los mayores asesinos en serie de la historia de España.



Hierático, indolente, el vagabundo miraba fijamente pese al estrabismo de su ojo derecho. Se llamaba Francisco García Escalero y tenía 39 años. Un hombre al que, en el juicio que vendría, los psiquiatras iban a definir como "paradigma de la locura". La policía quería demostrar que había matado a Víctor Luis Criado, de 34 años, un compañero del hospital Psiquiátrico Provincial. Su cuerpo había aparecido calcinado junto al cementerio de la Almudena. La policía detuvo a Francisco, que había abandonado el centro con Víctor el 19 de septiembre para regresar a las pocas horas solo. Nadie se imaginaba la cadena de horrores que iba a desvelar la confesión de aquel crimen.

Nació en Madrid, el 24 de mayo de 1954, y vivió la infancia junto a su hermano mayor entre las chabolas de un barrio madrileño a 200 metros escasos del cementerio de la Almudena. Fue un niño raro, de carácter oscuro y taciturno. Tubo una educación deficiente, era un niño melancólico, enfermizo, solitario, al que gustaba pasearse por las noches entre las tumbas del cementerio.
Con frecuencia sufría impulsos suicidas y tubo varios intentos fallidos tratando de echarse a la carretera cuando pasaba un coche. Este comportamiento irritaba a su padre, quién a menudo le infringía brutales palizas.

A los 16 años pisó por primera vez los psiquiátricos. Para subsistir, se dedicaba a cometer pequeños robos, y se divertía explorando casas abandonadas o espiando a mujeres y parejas por la ventana mientras se masturbaba.



En 1973 es ingresado en un reformatorio tras haber robado una motocicleta, y justo al salir de allí, a los 21 años comete su primer delito de importancia: junto a unos amigos atraca a una pareja en las inmediaciones del cementerio de la Almudena. Violan a la joven en presencia de su novio, por lo que fue condenado a 12 años de cárcel. En la prisión se cubre el cuerpo con tatuajes, algunos con frases tan significativas como: "Naciste para sufrir".

-"Cogía los pájaros y animales muertos que me encontraba y me los llevaba a la celda. Me encontraba más a gusto"-.

-"Me veía raro, me veía mal, me ponía nervioso de pasear por los pasillos, de estar con gente"-.

Al salir de prisión, con treinta años, sin amigos ni formación alguna, le resulta imposible encontrar un empleo y comienza a vagabundear y a practicar la mendicidad en los alrededores de la parroquia de Nuestra Señora de Fátima.




Le gustaba beber en enormes cantidades mezclando pastillas con el alcohol, por lo que a veces muestra un comportamiento agresivo y muy violento.

También sufre alucinaciones auditivas, una serie de voces que le piden que cometa nuevos crímenes y que profane cementerios.

-"Las voces se ríen de mí. Me dicen que quieren sangre. Entonces le saqué el corazón. Y mordí un trozo..."-

-"Iba por la calle como si no existiese, no chocaba con la gente, era como si no tuviera cuerpo. Me miraba a los espejos como si no fuera yo, no me reconocía. Llegué a pensar que podría ser un espíritu, otra persona que se había metido en mi. Oía voces interiores, me llamaban, que hiciera cosas, cosas raras, que tenía que matar, que tenía que ir a los cementerios"-.

Atormentado por las voces, Francisco inicia su desenfrenada carrera asesina. No fue muy lejos en busca de sus víctimas, sino que las eligió entre mendigos y prostitutas. Su primera víctima es Paula Martínez, una prostituta toxicómana con la que contacta en la calle Capitán Haya, de Madrid. En agosto de 1987, Paula aparece en las afueras de Madrid decapitada y calcinada.

 "-No sé si estaba en un sueño o algo que me pasó por la cabeza. No recuerdo mucho.
La cogí en la Castellana y luego la maté y le corté la cabeza
-".

Nueve meses después, en marzo del 88, Francisco asesina a un mendigo llamado Juan, le apuñala por la espalda y le aplasta la cabeza con una piedra. Apenas unos meses después otro sin techo que compartió muchas jornadas con él en los comedores de la beneficencia, aparece quemado y muerto junto a la tapia del cementerio de Aluche.


Sus víctimas son cada vez más numerosas, y sus crímenes más brutales comete las más diversas atrocidades: cose los cuerpos a cuchilladas por la espalda, les machaca el cráneo con piedras o los decapita, a algunos incluso les saca las vísceras o el corazón con una navaja (a veces incluso probando un bocado de estas partes mutiladas). Luego, para borrar el rastro, quemaba lo que queda de los cadáveres, les cortaba las yemas de los dedos.

Los asesinatos los alternaba con la practica de necrofilia, profanando las tumbas de los cementerios. De vez en cuando saltaba las tapias del cementerio de la Almudena y bajo el efecto de la mezcla de alcohol y drogas, rompía algún nicho, sacaba los cuerpos de la fosa y abusaba de ellos sexualmente. Así, se creyó, y posiblemente aún se siga creyendo, que profanaciones tan conocidas en dicho cementerio, como la del 10 de abril de 1986 o la del 13 de noviembre de 1986, eran obra de una secta satánica o algún adorador del Diablo, cuando se trataba de la obra de un asesino en serie psicótico...

En marzo de 1989, un mendigo llamado Ángel, aparece semidecapitado y con las yemas de los dedos amputadas. Dos meses después, en mayo, un indigente de 65 años por nombre Julio, aparece con el cuerpo cosido a puñaladas, el pene amputado y su cuerpo carbonizado. La policía de homicidios de Madrid, cree que entre estas muertes no existe conexión alguna...



Sus siguientes cinco víctimas aparecen también mutiladas, quemadas y decapitadas. La investigación criminal no encuentra solución a este macabro rompecabezas. Hasta que pasados siete años desde el primer crimen, la policía se pone en la pista cuando Francisco y su amigo y compañero de correrías Víctor Luis Criado se fugan juntos del hospital psiquiátrico Alonso Vega de Madrid.Juntos se dedican a beber. Cuarenta y ocho horas más tarde, Víctor aparece muerto con el cráneo hundido y quemado entre papeles y mantas en la tapia de la iglesia del Sagrado Corazón.

Después de cinco años cometiendo asesinatos, un día esas voces le instan a suicidarse, y Escalero se arroja delante de un coche, pero sólo se fractura una pierna. Una vez en el hospital, confiesa sus crímenes a las enfermeras y les suplica que le detengan porque no quería seguir matando.

Escalero es detenido por la policía, y confiesa: -"Compré bastante vino, y él también bebió. Recuerdo que le di con una piedra en la cabeza y... luego lo quemé..."-



En Abril de 1994, en Madrid, saltó a los medios de comunicación la noticia de que un mendigo de 39 años, Francisco García Escaleno, mató a sangre fría a 11 personas. Fue la primera confesión, a partir de ella Francisco García Escalero relató a la policía uno por uno, catorce asesinatos. No ahorró detalles, incluyendo la satisfacción que experimentaba cuando mantenía relaciones sexuales con los cuerpos sin vida de las víctimas, o lo que le costaba matarlos.

"Estuvimos bebiendo en el parque al lado del cementerio y tomando pastillas, me las pedía el cuerpo para poder hablar mejor. Luego le dije dónde íbamos a dormir y en el cementerio sentí las fuerzas, me daba impulsos, cogí una piedra y le di en la cabeza y luego le quemé con periódicos y luego me fui a dormir a un coche y al día siguiente al hospital. Ahora me siento con la mente en blanco, como si estuviera muerto"
 

Únicamente hablaba cuando le preguntaban. Sin inmutarse, García Escalero confesó que había machacado el cráneo de Víctor. A un policía se le ocurrió preguntar por otro crimen, y él respondió. Siguió haciéndolo durante cuatro horas, describiendo con su voz cavernosa escenas cada vez más escalofriantes. A veces sonreía tímidamente. Ante la perplejidad de la policía, se atribuyó 11 crímenes entre agosto de 1986 y septiembre de 1993. En días posteriores reconoció cuatro homicidios más que no pudieron ser probados. Todas las víctimas eran limosneros cuya desaparición estaba enterrada en el cajón de casos sin resolver.



Mataba siguiendo un patrón. Con el dinero que mendigaba junto a las víctimas compraba alcohol. Bebía, perdía el control y las apuñalaba o lapidaba. Luego quemaba los cadáveres con colchones viejos y cartones. En ocasiones les rebanaba los pulpejos de los dedos para dificultar su identificación. Tres de los muertos aparecieron en un pozo de la Cuesta del Sagrado Corazón. Escalero los arrastraba hasta allí y los dejaba desplomarse en un vacío tan profundo que tenía que esperar varios segundos antes de oírlos tocar fondo.

Para la prensa, Escalero se convirtió en el "Mendigo Psicópata" o el "Matamendigos". Su cuadro clínico era espeluznante: esquizofrenia alcohólica, manía depresiva, necrofilia... Todo agudizado por una vida de vagabundeo y drogas. El psiquiatra forense Juan José Carrasco, uno de los responsables del informe pericial que se utilizó en el juicio, recuerda cómo el mendigo le explicó que la sinrazón criminal la podía desatar una discusión por un cartón de vino o un puesto en la puerta de la iglesia. "Eran luchas de supervivencia, de una brutalidad primitiva". Actuaba siempre narcotizado: cinco litros de vino diarios más un puñado de medicamentos psicotrópicos despertaban la voz que le controlaba desde su cabeza. La "fuerza interior" se apoderaba entonces de él, embriagadora, irresistible. Envestido de una energía descomunal, abría como piñones las cabezas de sus víctimas. En seis años dejó tras de sí un reguero de decapitados y mutilados, troncos huecos, sin entrañas ni corazón.

En parte de los ataques le acompañó su cómplice, Ángel Serrano, El Rubio. Fueron siete años de asociación criminal, pero Escalero no era un sentimental: acabó convirtiendo en papilla la cabeza de El Rubio la noche del 29 de julio de 1993.

La sexualidad atormentada del Matamendigos está detrás de muchas de sus agresiones. Era demasiado tímido y sólo lograba saciar sus apetitos con el cuerpo de los muertos, que le fascinaban. La policía lo había devuelto varias veces al Psiquiátrico Provincial tras descubrirlo profanando tumbas. En una ocasión lo encontraron frente a tres cuerpos desenterrados. Los había colocado contra un muro y se masturbaba frente a ellos; cuando le interrogaron aseguró que no había llegado más lejos porque la fetidez de la carne en descomposición era insoportable.

Sólo una persona sobrevivió a sus ataques: Ernesta de la Oca, una limosnera a la que Escalero y El Rubio acorralaron en un 7Eleven de la avenida de América, la arrastraron a la calle ante la mirada indiferente del guardia de seguridad y violaron en un descampado. La golpearon hasta que creyeron que estaba muerta. La mujer compareció en el juicio con el rostro cosido a navajazos y pedradas. "No me dejaban. Me tocaban como en un juego de imaginación. Les movía como una potencia". "Si quieres matarla, mátala", recuerda Ernesta que le dijo Escalero a El Rubio con displicencia mientras fumaba un cigarrillo y contemplaba la tortura.



La casa de Escalero, un antiguo chamizo que hoy corresponde al número 36 de la calle de Marcelino Roa Vázquez, está a unos 200 metros del cementerio de la Almudena. Los vecinos recuerdan a la familia Escalero, como un grupo extraño. El único miembro que sigue vivo, el hermano de Francisco, pasa una vez al mes por la zapatería de la calle para pagar la comunidad. Los problemas entre Francisco y los vecinos eran constantes. Creía que le perseguían, que le espiaban miles de orejas pegadas a su puerta. En un rapto de locura tiró a una vecina por las escaleras.

El forense Juan José Carrasco relata. "El problema de Escalero es que no estaba ingresado ni recibía tratamiento", explica. "Permanecía en el espacio de la marginación. Falló él, pero también el resto de la sociedad. La red sociosanitaria no supo prever ni evitar las consecuencias de su locura". Después de cada crimen, el asesino regresaba al Psiquiátrico Provincial y forzaba su ingreso entre sollozos: "He matado a alguien". Nadie le tomó en serio.




Fue juzgado en febrero de 1995. A lo largo del juicio, en la Sección Primera de la Audiencia Nacional, Escalero mejoró físicamente. Acudía con la calva repeinada y las mejillas arreboladas. Permanecía siempre cabizbajo, escuchando. La tranquilidad con que subió al estrado el día de su declaración cortó la respiración de la sala. Relató sus crímenes, con la frialdad de la inconsciencia que le ha proporcionado una vida de alcohol y drogas además de una esquizofrenia.

El informe médico forense de Francisco García Escalero, conocido como el «mendigo asesino», señaló que en los momentos en que cometía los crímenes su estado era de enajenación mental que anulaba sus facultades para poder autodeterminarse en libertad por lo que, desde el punto de vista médico, se dan los requisitos para poder apreciar una «anulación de su imputabilidad en esos hechos».



En sus declaraciones a los médicos, reconocío que no podía estar con nadie en las habitaciones porque tenia manía persecutoria y la presencia de cualquier persona le desencadenaba ideas de matar por miedo a que lo matasen a él. En ocasiones él mismo pidió ingresar en un hospital psiquiátrico alegando que no quería volver a matar a nadie.
Así, en una ocasión declaró: «Tengo trastornos como de asesinato; por ejemplo, si entro en una iglesia y llevo un machete y hay una mujer, pues me da por cortarle la cabeza. Y es que yo ya no siento apetito sexual ni con vivas ni con muertas, ni que vaya con travestis ni nada, ya no puedo hacer nada».

En concreto, el informe asegura: «Hay base patológica para inferir que tales actos violentos estaban condicionados y motivados por su patología y, por tanto, su imputabilidad muy comprometida o incluso anulada por esos trastornos».

A los psiquiatras les llama la atención la falta de modulación afectiva de sus relatos, incluso en los hechos más violentos y una actitud como de no importarle nada. Sus relatos son sinceros, pero en ocasiones niega hechos de los que no quiere acordarse y otras veces parece que tuviera conciencia de alguna amoralidad, como cuando reconoce que quería hacer cosas raras con una mujer.

En cuanto a su vida sexual, reconoce que no ha mantenido relaciones afectivas y que sus relaciones sexuales han sido con ocasión de violaciones y con prostitutas y que incluso tuvo relaciones zoofílicas.



Además, muchos de sus actos los realizó bajo el efectos del alcohol y las drogas, que ingiere juntas con lo que siente una fuerza interior que le lleva a cometer actos violentos.

En sus declaraciones señala: «Sabía que no tenía que matar, pero me entraban como fuerzas, como una subida y era cuando yo mataba, no lo podía evitar».

-¿Recuerda usted a Julio Santiesteban, al que mató en un descampado de Hortaleza?

-Por el nombre no lo recuerdo bien.

-¿Recuerda que le acuchilló y que después le cortó el pene y se lo introdujo en la boca?

-No recuerdo. Estaba bajo el efecto del alcohol y de las pastillas. No sabía lo que hacía.

A su lado se sentaba su nuevo abogado. Atraído por la sangre y la luz de los flashes, se había incorporado al espectáculo un letrado con vocación de tiburón: Emilio Rodríguez Menéndez, poco ortodoxo conductor de casos como el de La dulce Neus o El Dioni. Ramón Carrero, el viejo abogado de oficio, aún no ha olvidado el día en que descubrió que la defensa de García Escalero ya no dependía de él. "Antes de que las diligencias llegaran al juzgado, Rodríguez Menéndez se cruzó y se llevó el caso de mi vida", explica. "Es una de esas experiencias que te agrían el carácter".



"La defensa no tenía ninguna dificultad: el informe pericial era avasallador", explica el forense Carrasco. Reconocida la autoría y la inimputabilidad de Escalero por enfermedad mental, el juicio se centró en determinar si le confinarían a un hospital penitenciario o a una residencia civil, como solicitaba Rodríguez Menéndez. El abogado no consiguió seducir al tribunal, pese a su intento de presentar a su cliente como un niño grande un poco bruto. "Le voy a decir al juez que voy a ser bueno y que nunca más beberé vino, para no hacer cosas tan malas como las que he hecho. Y que tomaré la medicación que el médico me diga", solía musitarle Escalero al abogado, según contó éste a los periodistas.



El tribunal entendió que Escalero, autor de 11 asesinatos, una agresión sexual y un rapto, era un hombre peligroso cuyo "riesgo de fuga sería incuestionable" en un centro abierto. Después, Rodríguez Menéndez perdió varios juicios más; el último, el suyo: en 2005 fue condenado a seis años por un delito contra la Hacienda pública, y a dos más por difundir un vídeo erótico de un famoso periodista.



Escalero terminó en el psiquiátrico penitenciario de Fontcalent (Alicante). Instituciones Penitenciarias no permite hablar con él. Sólo el tribunal tiene noticias suyas: cada seis meses recibe un informe sobre su evolución. S us posibilidades de rehabilitación son remotas. No podrá permanecer en Fontcalent más de los 30 años equivalentes a la pena máxima. Después pasará a otro centro, más tarde, a otro.

"Los albergues están llenos de personas como él", afirma el psiquiatra Carrasco. "Antes estaban en los manicomios, que se cerraron por caros e impopulares. Los dementes han pasado a la mendicidad, muchos recalan en la cárcel, sin tratamiento, Un problema que merece atención".

El psiquiatra recuerda la última vez que se vieron, cuando preparaba su informe. Escalero le miró con su ojo estrábico: "Las voces siguen... Se ríen de mí... Me dicen que quieren sangre". -

2 comentarios:

Natàlia Tàrraco dijo...

Spok, en los bancos del paseo, en las esquinas tirados, o en los portales, borrachos, drogadas, putas, tatuados por marcas que se incrustan en el cerebro. En este deambular vagabundo, hasta los cementerios, encontró el mendigo a sus víctimas, de su mundo o del otro, su cerebro ordenaba muerte y el !clik! se accionaba, no tenía más que la locura absoluta como conducta. Lo meten dentro, ¿cuántos quedan fuera a sus demencias y miserias? Queda dentro de la caja de locos hasta que llegue la muerte como una limosna.

Otro de tus episódios de humanidad desquiciada, esa que sin querer rozamos sin enterarnos hasta que sale en los papeles. ¿Nos extrañamos de esos extraños?
Besito amigo mío.

spok dijo...

Si, Natalia.
No sólo el sueño de la razón, produce monstruos, también el sueño de la miseria.

El gran problema de hoy en día, es que las instituciones psiquiátricas, no son populares, por ello mismo Las están cerrando.

He aquí el peligro, al que nuestros políticos no se están exponiendo.

P.D. querída Natalia, siento no haber podido a contestar tu comentario, pero he tenido problemas de conexión.

Saludos para ti y Ferrá, también para los chicos.