NO DEJES QUE ACABEN CON ELLA

domingo, 3 de julio de 2011

GALERIA DE IRREDENTOS "JUAN LUÍS LARRAÑAGA"KOLDO""



VIDAS NO EJEMPLARES
"JUAN LUIS LARRAÑAGA "KOLDO""

Juan Luis Larrañaga Aramendi "Koldo"
Mató a su última víctima a cuchilladas, pero no supo por qué.
"No tenía nada contra ella. Cuando acudí a su despacho, me trató correctamente y se interesó por mi asunto. Actué sin ningún plan preconcebido. No tenía intención de robarla ni de atacarla sexualmente. No sé si lo hice por un impulso incontrolable... Saqué el cuchillo por instinto, sin poder controlar ese acto".
  
Con este frío relato, Juan Luis Larrañaga Aramendi confesó el día 1 de junio de 1999 a la Ertzaintza y al juez el brutal asesinato de Begoña Rubio Rubio, una joven abogada de Vitoria que apareció degollada en su despacho el 25 de mayo de 1999. Juan Luis Larrañaga Aramendi, un guipuzcoano natural de Azkoitia y vecino de Vitoria, de 38 años y 1,84 metros de estatura, un hombre ambicioso que había fracasado en todos los negocios que emprendió. Le describen como un hombre "nada violento" que llevaba una doble vida viajando de Vitoria a Madrid probando suerte con negocios de todo tipo pero dejando deudas por todas partes. Con antecedentes policiales como supuesto autor de estafa y falsedad, y se había dictado contra él una orden de búsqueda y captura por presunta "falsedad en documento oficial, público y mercantil", pero sin antecedentes psiquiátricos conocidos, es un asesino en serie que ha pasado a engrosar la lista de la crónica negra de nuestro país. La Policía autónoma vasca, en un informe, implica a este hombre corpulento, a quien sus vecinos y conocidos han descrito como una persona "amable, de mirada inteligente y expresión fría", en otros tres crímenes cometidos en la capital alavesa en 1998: el del empresario de máquinas tragaperras Agustín Ruiz Pérez, el de la profesora de inglés Esther Areitio Legarreta y el del cordelero Acacio Pereira. Todos ellos se suman a otras dos muertes violentas que conmocionaron a los alaveses. De todos ellos, Larrañaga sólo asumió la autoría del de la letrada y el empresario, y negó su participación en los otros dos.

Juan Luis Larrañaga es un maestro frustrado, separado de su mujer, que ha tenido múltiples y variadas ocupaciones en su vida. Sólo en Vitoria ha ejercido como profesor de euskera, como delegado comercial de informática y como vendedor de productos de limpieza, además de haberse embarcado en empresas del sector de hostelería y como lavacoches.
Sus últimos trabajos en una discoteca y en un club de alterne de Castidelgado (Burgos) le llevaron a viajar en varias ocasiones durante los últimos cuatro años hasta Marruecos para reclutar prostitutas, según su propio testimonio ante el juez.
Desde que se quedó en paro, vivía del dinero que le daba su madre, residente en Azkoitia. Las dificultades económicas por las que atravesaba fueron las que lo llevaron desde Azkoitia a la capital alavesa :

"Viajé a Vitoria para visitar a un hostelero y pedirle trabajo en una empresa de productos de limpieza y para contratar los servicios de un letrado que me defendiera en un juicio que tenía el 8 de junio en Bilbao por una denuncia por estafa que arrastraba de mi último empleo".

Juan Luis Larrañaga preparó una bolsa de viaje en la que guardó varios enseres de aseo personal, un jersey, un pantalón, dos camisas, unos guantes de látex que cogió de la casa de su ex mujer en Vitoria y un cuchillo de monte que tenía en su poder desde hacía más de diez años. Juan Luis explicó al juez que llevaba encima ese arma blanca desde hacia meses:
"Lo guardé en el bolsillo de la chamarra por prevención y seguridad, ya que mantuve relaciones comerciales y negocios con Enrique P.G. y Roberto FA. que acabaron mal. Aunque nunca he recibido amenazas de ellos, conozco el carácter violento que tiene Enrique".


Una vez en la capital alavesa dejó su maleta en una bocatería en la que trabaja un amigo como camarero e inició una desconcertante e inexplicable visita a abogadas de la ciudad:
"Sin ningún criterio, a medida que andaba por las calles de Vitoria me fui fijando en las placas de abogados. Sin ninguna idea preconcebida, sólo me fijé en las de abogadas". Fue así como subió hasta un despacho regentado por tres letradas: "Consulté con una de ellas la minuta que podría cobrarme y después de contarle el caso me recomendó que fuera al Colegio de Abogados para solicitar un letrado de oficio".
Juan Luis Larrañaga no siguió el consejo porque, de hecho, ya tenía un abogado de oficio en Bilbao.  

"Salí de allí -continúa su relato-, estuve por la zona tomando algunos tragos en dos o tres bares, di un paseo y volví a la zona de Julián de Apraiz. Allí entré en una bodeguilla y me tomé un bocadillo y un porrón de vino".

Después de tomarse un café en un bar situado enfrente de la citada cervecería se dirigió al bufete que Begoña Rubio tiene en pleno casco viejo de Vitoria, donde recaló "por puro azar", según la explicación que dio ante el titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Vitoria:
"Cuando caminaba por la calle Siervas de Jesús me fijé en la placa de Begoña Rubio. Sobre las cuatro de la tarde subí al despacho. Estaba sola y me hizo esperar en el hall. En ese intervalo llegó otra cliente y Begoña la hizo pasar. Luego me recibió a mí. Le hice la consulta sobre el juicio que tenía el día 8 de junio y me dijo que me cobraría 20.000 pesetas por su actuación y 50.000 por el juicio. Me pidió la citación y me dijo que podía llevársela ese mismo día, que estaría en el despacho hasta las siete y media, o al día siguiente".
Begoña, una mujer muy metódica y ordenada, anotó en su agenda la cita y el nombre de su nuevo Cliente, un dato que sería clave para la posterior detención de quien apenas unas horas después se convertiría en su asesino.



Larrañaga recogió el papel solicitado por la letrada en la bocatería donde dejó su maleta y en lugar de regresar al bufete de Begoña se encaminó al de otra letrada de Vitoria, que no pudo atenderle. Fue entonces cuando se dirigió de nuevo al despacho de Begoña Rubio, a las siete de la tarde.
"Me encontré con ella en el pasillo del despacho. Me dijo que la esperara un momento, se dirigió al baño y cuando regresó le entregué la citación. Ella empezó a leer el papel mientras entramos en el recibidor. Ella iba delante. Entonces, estando de espaldas a mí, la agarré por el cuello... no sé por qué. Empezó a chillar... y me puse nervioso. Con la mano izquierda le tapé la boca y con la derecha saqué el cuchillo que tenía en el bolsillo y se lo clavé en el pecho con la intención de matarla. Caímos los dos al suelo, de costado, y la seguí apuñalando. No recuerdo dónde ni cuántas cuchilladas le asesté... Después le abrí la blusa, le desabroché el sostén y le bajé los panties".
Begoña Rubio Rubio
Con este lujo de detalles detalló Juan Luis cómo acabó con la vida de Begoña Rubio.
Larrañaga niego que desnudara a su víctima para despistar a la Policía sobre el verdadero motivo y la autoría del crimen. No aclaró, sin embargo, por qué dejó su cadáver semidesnudo.
"No la agredí sexual-mente ni abusé sexualmente de ella ni tuve ninguna intención de hacerlo y no me tumbé encima de ella después de muerta",
aseguró. Y sólo después de ejecutar el crimen se preocupó de borrar sus huellas:
"Me puse los guantes de látex y comencé a
revolver en el despacho. Busqué la carpeta verde en donde había anotado mi nombre, pero no la encontré... Tiré el teléfono y el auricular salió despedido... Al revolver los enseres personales de Begoña se volcó su bolso. En su cartera encontré 4.500 pesetas y me las guardé".



Mientras que en su declaración ante la Policía Juan Luis apuntó un móvil puramente económico para atracar a la abogada alavesa, unas horas después rectificó ante el juez su primera versión. "Cuando volví por segunda vez al despacho de Begoña Rubio mi intención no era la del robo", puntualizó en su declaración judicial.
Larrañaga dejó el escenario del crimen y se dirigió a la bocatería donde había dejado su maleta:  
"Cuando salí del despacho intenté tapar la mancha de sangre de mi pantalón con el tres cuartos que llevaba y me remangué una manga de la camisa para que no se viera el puño manchado. En el servicio de la bocatería me cambié de pantalón. Pedí dinero a Carlos R. para volver a Madrid, pero éste no llevaba nada encima en ese momento y me dijo que volviera a las diez y media de la noche. Abandoné el establecimiento y arrojé los guantes de látex en una papelera de una calle próxima. A la hora convenida regresé a ver a Carlos, que tampoco pudo darme el dinero que le pedí".


Larrañaga abandonó la ciudad en que cometió el crimen en uno de los autobuses que cubren la línea regular Vitoria-Madrid. En la capital se desprendió del arma homicida, que aún no ha sido encontrada por la Policía:  
"Cuando llegué a Madrid arrojé el cuchillo en un contenedor situado en una zona de Cuatro Caminos y me dirigí al domicilio de la mujer con la que convivo, Maribel R. Cuando llegué le expliqué que había tenido una pelea y metí la ropa ensangrentada en la lavadora sin que ella pudiera verla".

El cadáver de Begoña fue descubierto por su padre, Leocadio Rubio, un trabajador de Michelin, sobre la medianoche del día 25. El novio de Begoña y su familia habían intentado en vano hablar con ella sobre las 7.45 horas de la tarde. Unos minutos después otra abogada del despacho contiguo llamó a la puerta de la letrada, pero no contestó nadie, pese a que la luz de la oficina permanecía encendida.
Leocadio Rubio, extrañado por el hecho de que su hija no atendiera las llamadas de sus familiares, se acercó hasta el despacho. Al abrir la puerta se encontró la macabra escena. El cuerpo de su hija yacía en el suelo, en medio de un charco de sangre. Su cadáver presentaba un corte profundo en la garganta y otros cortes a la altura del pecho. El destino quiso que Juan Luis Larrañaga se cruzara con Be-goña Rubio y truncara la vida de la joven abogada, luchadora, extrovertida y muy ilusionada con su profesión. Hacía sólo un año había logrado abrir su propio bufete y, como representante legal de la Asociación Clara Campoamor en Vitoria, tenía entre sus manos asuntos de gran calado, entre ellos la investigación de una red de pederastía.


Larrañaga fue detenido el día 29 de mayo de 1999, cuatro después del crimen, en el domicilio madrileño de su actual compañera sentimental, en una operación conjunta de la Ertzaintza y el Cuerpo Nacional de Policía. La propia Begoña Rubio les dio la pista más valiosa sobre su asesino: en su agenda dejó escrita la identidad de su verdugo y la hora en la que ejecutó su crimen. La detención de Larrañaga  dio un giro a otros crímenes violentos sin resolver perpetrados en Vitoria. La Policía encontró en su bolso de viaje unas llaves pertenecientes al empresario de tragaperras Agustín Ruiz Pérez, asesinado brutalmente en agosto del año 1998 y de cuyo crimen también se autoinculpa Larrañaga.

Agustín Ruiz Pérez

"El día 13 de agosto de 1998 -confesó- me dirigí a la lonja que Agustín tiene en la calle Los Herrán para pedirle entre doscientas y trescientas mil pesetas a cuenta de un negocio de un bar que pensaba montar. Empezamos a discutir por el dinero que ya me había adelantado y me dio un empujón. En ese momento vi un destornillador encima de una máquina y como me tenía agarrado por el cuello lo cogí y empecé a clavárselo varias veces de cintura para arriba hasta que quedó tendido en el suelo"

Después arrastró su cuerpo hacia el interior del local para que no se viera desde la calle, le quitó la cartera, le cogió sus llaves y, después de limpiarse los restos de sangre de su ropa en los servicios de un mesón situado en la calle de los Reyes Católicos, se encaminó hacia el domicilio de su víctima:

"Una vez en su casa abrí cajones, palpé la ropa por encima y al final encontré en un armario de la cocina una caja de cartón con 60.000 pesetas y me las quedé"

A partir de ahí Larrañaga repitió los mismos pasos que siguió tras asesinar a Begoña Rubio:  

 "Regresé en autobús a mi casa (en Azkoitia), me cambié de ropa, preparé la bolsa de viaje y me fui a la estación de autobuses para dirigirme a Madrid. En el trayecto me deshice del destornillador y de la cartera de Agustín tras sacar las veinte mil pesetas que contenía y arrojé ambos objetos a un contenedor. Ya en mi casa quité la ropa y la metí en la lavadora".



Los agentes de la Ertzaintza que han investigado los otros crímenes violentos ocurridos en Vitoria consideran que el presunto asesino de Begoña Rubio y de Agustín Pérez lo es también de Esther Areitio Lejarreta y de Acacio Presa Pereira. Según el informe elaborado por la Ertzaintza, "el arma utilizada, la localización de las lesiones, el modus operandi, la especial violencia sobre la víctimas, el lugar de los hechos y la gran superioridad del agresor sobre sus agredidos son los elementos que hacen suponer que Juan Luis Larrañaga pueda ser también el posible autor de todos estos asesinatos sin esclarecer". Entre los objetos que la Policía encontró en el domicilio de Larrañaga figuraban trozos de una tarjeta de visita de Begoña Rubio, varios cuchillos de monte y trozos de un papel con anotaciones que indican un posible control por parte del detenido sobre los hijos de Agustín Ruiz Pérez.

Esther Areitio Lejarreta

La cadena de muertes que se le atribuye comienza el 8 de mayo de 1998, siendo
 la primera una de sus vecinas, la profesora de inglés Esther Areitio, de 55 años,
cuyo cadáver apareció descuartizado en varias bolsas de basura muy cerca de su casa.
La familia descubrió después que a la víctima le faltaban varias joyas y tarjetas de crédito
que fueron usadas tras el crimen.

El segundo asesinato, un mes después, fue el de Acacio Pereira, de 77 años y dueño de
una cordelería. Fue hallado en su domicilio maniatado y con varias puñaladas en el cuerpo,
desapareciendo además de la casa varias cartillas de ahorro.
Acacio Presa Pereira

La falta de pruebas obligó a los jueces a archivar los casos de las primeras víctimas
mientras la policía continuaba sus pesquisas, pero el último crimen les permitió hilar
todas las piezas del rompecabezas.



Hasta que se produjo el tercer crimen, la policía creía que no había relación entre todos
los asesinatos, no obstante coinciden varios aspectos, como las heridas idénticas de
arma blanca en la nuca de dos de los cadáveres, que todas las víctimas fuesen
conocidas en Vitoria y el inusual ensañamiento del asesino han permitido relacionar
los cuatro casos.
Los cabos sueltos dejados en cada uno de los crímenes han permitido identificar
a Larrañaga tras su última acción, pues desde el asesinato de la abogada se disponía
de un perfil del criminal.


Además, se ha presentado como prueba ante el juez una camisa del arrestado
lavada y con restos de sangre, así como un llavero perteneciente al industrial
asesinado que Koldo tenía en una maleta que se encontró en una pensión que
ocupaba.
Los expertos no se ponen de acuerdo a la hora de determinar el móvil de
los crímenes,lo que ha llevado a la Policía a sospechar que pudieran tratarse
de asesinatos por encargo. Sin embargo, Larrañaga ha negado haber actuado
a instancias de otras personas. Cuando la Ertzaintza le preguntó "¿Mató a Begoña Rubio
por encargo de alguna persona?"
, el acusado respondió con un escueto y tajante "No".
Aunque muchos han pensado en un principio que el robo haya sido la causa,
han desechado la idea, pues el asesino sólo se llevaba pequeñas
cantidades de dinero. La única cuestión en la que todos coinciden es en afirmar
su personalidad psicopática.


El abogado defensor de Larrañaga, pidió una prueba pericial psiquiátrica para
aclarar si sufría una enfermedad mental. Según dijo el abogado:
"Estuve con él dos horas y media en la declaración ante el juez y otra media hora
de entrevista. Saqué la impresión de que no es un monstruo, pero sí un enfermo mental".
El letrado también consideró que no basta con la autoinculpación de su defendido:
"Tengo la impresión general de que faltan pruebas contundentes. No hay móvil, ni intención, ni testigos, ni huellas, ni arma..."




Por otro lado los abogados de las víctimas estimaron que
"sí existen muchas pruebas" y que "todo está muy claro".

Mientras la policía vasca creyee estar ante un nuevo asesino en serie.
Según la hipótesis sin demostrar del asesino en serie -la que atribuye a Larrañaga los cuatro crímenes sin resolver de la capital alavesa- la propia cronología y forma de los crímenes sería casi un calco de su propia vida, inconstante y descuidada. Trabajó a fondo con su primera víctima, limpiando cuidadosamente la escena del crimen, y fue degenerando progresivamente, descuidando los detalles, hasta asesinar a la abogada, a la que le dejó incluso su nombre, advirtiendo que volvería más tarde.Según la Ertzaintza, a la profesora de inglés Esther Areitio, de 55 años, viuda, a la que conocía porque vivieron muy cerca y coincidían en el Bar Androide, le robó joyas y unas 170.000 pesetas, que otra persona sacó con sus tarjetas de crédito. Pero fue minucioso en la escena del crimen. Aquel 8 de mayo de 1998 asesinó presuntamente a Esther Areitio en su domicilio y después la descuartizó en seis trozos, cabeza, tronco y extremidades, y limpió el piso. Trabajó con guantes de latex. Sobre el depósito de agua del baño apareció un cuchillo de monte, similar a los dos que Larrañaga -según los comerciantes que se lo vendieron- compró, meses después, en una armería del centro de Vitoria. La policía también está convencida, aunque de momento no tiene pruebas concluyentes, de que el segundo crimen de Larrañaga fue el del cordelero. A Acacio Pereira lo conocía porque coincidían en el restaurante Ochandiano, de la calle Francia, muy cerca de la estación de autobuses de Vitoria, en la que Larrañaga tenía una cita obligada para ir y venir de Madrid, y pegado a la armería en la que compró los cuchillos. A Acacio Pereira, de 72 años y con cáncer de hígado, le dejó supuestamente atado a una silla y con varias cuchilladas en el cuerpo. Los dos sumarios fueron archivados provisionalmente al estancarse la investigación.


Sin embargo, el 13 de agosto de 1998, Larrañaga cometió su primer gran error. Viajó a Vitoria para intentar renegociar una deuda con un empresario de máquinas tragaperras que le había prestado dos millones de pesetas, y acabó matándole, según ha confesado. Fue un crimen no previsto, también brutal, que llevó a cabo con lo primero que encontró a mano, un destornillador. Pero posiblemente se asustó. Aunque la policía no llegó hasta él, esperó nueve meses para su último asesinato.

El de la abogada, el 24 de mayo de 1999, cerró el círculo. Larrañaga dejó su nombre a la víctima, y días después la Ertzaintza le encontró un manojo de llaves del empresario de tragaperras. El arma era similar en tres casos, aunque no ha aparecido.

4 comentarios:

elena clásica dijo...

Eso de ir por ahí matando gente, irse a lavar después a casa y a poner la lavadora de las ropas manchadas de sangre, refleja una psicopatía terrorífica, de película, vamos.
Me ha recordado a Tony King que empezó a dar sospechas cuando su mujer notó sangre en sus ropas, y lo puso en conocimiento de la policía.
Qué doble vida. El terror hecho realidad, persona que no sabe por qué aplica cuchilladas o levanta los panties a su víctima asesinada y deja su cuerpo medio desnudo.

Una historia espantosa de un asesino actual. El lado oscuro del crimen no tiene tiempo, está presente en cualquier sociedad, ello es terrible.

A ver si hablas de Tony King, ya que ha salido a relucir, todavía recuerdo cuando se hablaba de las pobres chicas en el telediario.

Besazos.

Anónimo dijo...

La policia tiene un retrato robot y una imagen(aunque es algo borrosa) de la persona que sacó el dinero de los cajeros con la trajeta de Esther Areitio, que no era Koldo Larrañaga. Esta imagen se difundió a los pocos días de matar a Esther, pero yo no la he vuelto a ver.
¿Porqué no se difunde dicha imagen o al menos se cuelga en Internet?.Con los medios que hay ahora un crimen no puede ni debe quedar impune.

spok dijo...

Elena.
Tienes toda la razón es casi de película, pero sin el glamour de Hollywood.

Anónimo.
Te agradezco mucho esa información de la que yo nada sabía la razón de que no le den pasto a este bosque es siempre la misma ya no está de moda y puede que a alguien no le convenga airear ciertas cosas en fin la prensa ya se sabe con ellos no te puedes fiar nunca, por que retuercen la realidad al servicio de otros intereses ajenos a la información y a la verdad o mienten descaradamente, para vender más y muchas veces ocultan hechos por interés.
Salu2, besos y abrazos.

spok dijo...

P.D. Perdón por la demora en contestar.
Salu2